Te escribo y te vuelvo a escribir y sabes que lo sé, y sientes que lo siento.
Al mirarte al espejo sonríes porque me ves y yo también sonrío como nunca antes lo había hecho, porque si, porque te veía y tú a mi, te sentía y te observaba coleccionando todas tus manías, coleccionaba en mi mente todos tus gestos y tics que tenías, los aprendía de memoria y volvía a sonreír, o quizás nunca deje de hacerlo, realmente no recuerdo.
¿Cómo podíamos estar tan vivos y tan muertos a la vez? Estampados contra el suelo, derramando sueños, haciéndonos daño y arreglándonos después, nunca nos cansábamos, siempre volvíamos al origen, al comienzo.
Nos quemábamos como se quemaban mis manos en tu cuerpo, nos drogábamos los dos, juntos y luego mirábamos el techo, tan blanco, tan inmenso que no podía creerlo y así sin motivo desperté y me miré en el espejo, y no te vi, y me asuste, y me morí, y reviví.
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